¿Quién de los Presidenciables es Honesto?
La Voz de la Frontera
Martes 13 de Marzo de 2018
Entre los candidatos a la Presidencia de la República, el tema de la honestidad se ha convertido en eje de las campañas políticas.
Señalan la necesidad de contar con esta virtud como requisito fundamental para combatir el mal de la corrupción y la impunidad que nos aqueja. Y en su afán por demostrar que llenan el requisito, llaman a que se investigue su trayectoria y su conducta ya sea como servidores públicos o en su vida personal.
Andrés Manuel López Obrador sostiene que si tuviera algo que ocultar desde hace tiempo lo hubieran utilizado sus adversarios para atacarlo. Por su parte, José Antonio Meade promueve que le investiguen su trayectoria y su conducta, confiado en que no encontrarán nada qué denunciar. Mientras que Ricardo Anaya Cortés dice que las investigaciones que realiza la Procuraduría General de la República en torno a sus operaciones inmobiliarias representan el uso faccioso de la instituciones -una “guerra sucia”- para favorecer a Meade, pues tampoco tiene nada que puedan reprocharle.
En mi opinión hay un común denominador que resalta en todos los candidatos: su mala interpretación sobre lo que es honestidad.
Es cierto que el respeto y el evitar apropiarse de los bienes ajenos forma parte de los principios que adopta una persona honorable. Sin embargo, no es todo. Ser honesto es lo opuesto a mentiroso, falso y corrupto. Es poseer la virtud de ser leal, coherente y justo. Y en general, observar un comportamiento apegado a la verdad y la transparencia.
La persona honesta se caracteriza por la rectitud e integridad en su pensar y actuar. Respeta las normas y leyes de la comunidad. Y no solo se rige por este valor, sino lo exige de aquellas que la rodean. Para ésta sobra aquello de que no todo es blanco y negro, pues en su mundo no existen escalas: Se es o no se es honesta.
La virtud de la honestidad es un lujo que los políticos no pueden darse. Es como pedirle a un jugador de póker que no recurra al blof para ganar. Así, es un hecho que los políticos recurren a la falsedad como algo habitual para alcanzar sus propósitos.
La mentira y la política van de la mano, pero a diferencia de las que puede decir cualquier persona, tienen mayores efectos porque se engaña a toda una sociedad.
Desde tiempos de Platón se ha buscado justificación filosófica a este indebido proceder, calificando a la mentira política como “noble mentira”. Y todo bajo el sustento de que sólo los gobernantes tienen la visión de lo que es el interés público, muchas veces concebido como interés del Estado. En pocas palabras: el político puede engañar al pueblo si lo hace con buena finalidad.
López Obrador aceptó en su campaña la colaboración de personajes políticos cuya integridad es cuestionada, tal y como es el caso de Napoleón Gómez Urrutia, líder del Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Similares de la República Mexicana. Al hacerlo, puso en duda su compromiso de combatir a los corruptos, pues como dice el refrán popular “dime con quién andas y te diré quién eres”.
A Jose Antonio Meade se le reclama el no haber sido claro respecto a las condiciones en que se encontraba Pemex cuando fue secretario de Energía. El PAN lo acusa de haber sido “tapadera” y “cómplice”, durante su mandato al frente de la Sedesol, del desvío de más de 540 millones de pesos hacia empresas fantasma, en una compleja triangulación de recursos que utilizó a universidades públicas durante la gestión de Rosario Robles. Y no menos importante, muchos lo consideran artífice del llamado “gasolinazo”, cuyos efectos sobre el bienestar general aún se padecen.
Ricardo Anaya lleva la acusación de sus correligionarios de ser antidemocrático, autoritario e impositivo. Señalan que utilizó todos los medios a su alcance para lograr la candidatura de su partido, desplazando a otros contendientes “por la mala”. Esto, sin considerar las demandas judiciales en su contra o la etiqueta de ser responsable también del “gasolinazo”, al haber aprobado la Ley de Ingresos.
En el contexto anterior, resulta difícil otorgar el calificativo de honesto a cualquiera de los presidenciables. La honestidad no es algo circunstancial. Es una virtud que permite dar nuestra confianza y armonía a quien la practica a lo largo de su vida. Hay que recordárselo a todos los candidatos.
Martes 13 de Marzo de 2018
Señalan la necesidad de contar con esta virtud como requisito fundamental para combatir el mal de la corrupción y la impunidad que nos aqueja. Y en su afán por demostrar que llenan el requisito, llaman a que se investigue su trayectoria y su conducta ya sea como servidores públicos o en su vida personal.
Andrés Manuel López Obrador sostiene que si tuviera algo que ocultar desde hace tiempo lo hubieran utilizado sus adversarios para atacarlo. Por su parte, José Antonio Meade promueve que le investiguen su trayectoria y su conducta, confiado en que no encontrarán nada qué denunciar. Mientras que Ricardo Anaya Cortés dice que las investigaciones que realiza la Procuraduría General de la República en torno a sus operaciones inmobiliarias representan el uso faccioso de la instituciones -una “guerra sucia”- para favorecer a Meade, pues tampoco tiene nada que puedan reprocharle.
En mi opinión hay un común denominador que resalta en todos los candidatos: su mala interpretación sobre lo que es honestidad.
Es cierto que el respeto y el evitar apropiarse de los bienes ajenos forma parte de los principios que adopta una persona honorable. Sin embargo, no es todo. Ser honesto es lo opuesto a mentiroso, falso y corrupto. Es poseer la virtud de ser leal, coherente y justo. Y en general, observar un comportamiento apegado a la verdad y la transparencia.
La persona honesta se caracteriza por la rectitud e integridad en su pensar y actuar. Respeta las normas y leyes de la comunidad. Y no solo se rige por este valor, sino lo exige de aquellas que la rodean. Para ésta sobra aquello de que no todo es blanco y negro, pues en su mundo no existen escalas: Se es o no se es honesta.
La virtud de la honestidad es un lujo que los políticos no pueden darse. Es como pedirle a un jugador de póker que no recurra al blof para ganar. Así, es un hecho que los políticos recurren a la falsedad como algo habitual para alcanzar sus propósitos.
La mentira y la política van de la mano, pero a diferencia de las que puede decir cualquier persona, tienen mayores efectos porque se engaña a toda una sociedad.
Desde tiempos de Platón se ha buscado justificación filosófica a este indebido proceder, calificando a la mentira política como “noble mentira”. Y todo bajo el sustento de que sólo los gobernantes tienen la visión de lo que es el interés público, muchas veces concebido como interés del Estado. En pocas palabras: el político puede engañar al pueblo si lo hace con buena finalidad.
López Obrador aceptó en su campaña la colaboración de personajes políticos cuya integridad es cuestionada, tal y como es el caso de Napoleón Gómez Urrutia, líder del Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Similares de la República Mexicana. Al hacerlo, puso en duda su compromiso de combatir a los corruptos, pues como dice el refrán popular “dime con quién andas y te diré quién eres”.
A Jose Antonio Meade se le reclama el no haber sido claro respecto a las condiciones en que se encontraba Pemex cuando fue secretario de Energía. El PAN lo acusa de haber sido “tapadera” y “cómplice”, durante su mandato al frente de la Sedesol, del desvío de más de 540 millones de pesos hacia empresas fantasma, en una compleja triangulación de recursos que utilizó a universidades públicas durante la gestión de Rosario Robles. Y no menos importante, muchos lo consideran artífice del llamado “gasolinazo”, cuyos efectos sobre el bienestar general aún se padecen.
Ricardo Anaya lleva la acusación de sus correligionarios de ser antidemocrático, autoritario e impositivo. Señalan que utilizó todos los medios a su alcance para lograr la candidatura de su partido, desplazando a otros contendientes “por la mala”. Esto, sin considerar las demandas judiciales en su contra o la etiqueta de ser responsable también del “gasolinazo”, al haber aprobado la Ley de Ingresos.
En el contexto anterior, resulta difícil otorgar el calificativo de honesto a cualquiera de los presidenciables. La honestidad no es algo circunstancial. Es una virtud que permite dar nuestra confianza y armonía a quien la practica a lo largo de su vida. Hay que recordárselo a todos los candidatos.